domingo, 23 de agosto de 2009

Los parques, los bancos, y una mujer

No era ni la estación ni la hora en que la gente frecuentaba el parque; posiblemente la mujer que estaba sentada en los bancos, no era de allí. Seguramente, ella no era de allí. Los demás andaban de un lado al otro con sus hábitos de invierno que no incluían un paseo en el parque, ni unos momentos en un banquito congelado. Pero ella, ella era de afuera y podía ver el banco solitario dando la bienvenida aún bajo los árboles secos, negros, desnudos al cielo azul. Olvidados, los tres (el parque, el banco y ella), se unieron para pasar tiempo. ¿Y que más hacemos pero pasar el tiempo entre los dos puntos seguros? ¿Y porque no hacerlo desde los bancos vacíos?

Desde allí observó las nubes de incendios; el polvo dando saltos, formando caracoles; una paloma caída con el cuello torcido y los vidrios negros mirando todavía; un perro sarnoso paraba, la miraba, cojeaba, paraba, la miraba, cojeaba.

¿Cuándo morirás? ¿Cuándo morirás? Los ojos incrustados de la mujer preguntaron
al invierno.

Con curiosidad, no con tristeza, indagó a su entorno. La tristeza. La había dejado en otro parque, en otra estación, cuando al seguir una hoja en su caída desde la rama hasta el río abajo, se dio cuenta de que tanto más pesaba la hoja, menos baile hacía en el viaje. Entonces, con la siguiente hoja que se deshizo del gran árbol, colocó con las dos manos su tristeza en la cuenca verde. Su mirada llorosa las vio flotar, la hoja sacrificada y su tristeza, por el río
hasta que se hundieron en una ola del sol.

Ahora, en esta cuidad, en este parque, en esta estación, una sonrisa de misterio acompañaba a sus labios. Sus manos descansaban encima de sus piernas. Su espalda recta. Una campera gris. Una gorra con rayas moradas, verdes, azules, rojas, anaranjadas. De repente, se puso de pie; caminó a la derecha, adentrándose más en el parque, cruzó la vereda y se sentó en el siguiente banco que miraba hacía el otro lado.

La espalda recta, las manos sueltas,
esa sonrisa, esa mirada.

viernes, 21 de agosto de 2009

No sé

No sé si esta es la resignación o la fe. Ya no siento el terror de no presenciar un testigo de mi vida. El silencio de las cartas ya no es una ráfaga. Esta ausencia me parece tan normal ¿Qué razón hay en luchar contra lo que no hay? Mejor aprender vivir en el plano abierto. Construir una casa. Dibujar un río.

high, high up

High, high up. Stairs and ladders above a Yucatán piramid. A shacky ascent toward a falling descent. How to fall? Hands out in a dive? Head tucked in as a ball? I knew I would fall. That is why I had come. I knew peole would watch, opine. Some would shake their head in disgust. Others would even laugh. Ridiculous. They would say, she is ridiculous. But I had to do what I had come to do. To turn back, walk down, and please the other, was suicide.

sábado, 1 de agosto de 2009

no queda otra

En esta suspensión, con solamente el aire acariciándome,
no me queda otra, sino unirme
a la atmósfera.
Vaciar mi vacío en el viento que me columpia.
Presionarme, aplastarme
contra lo que no veo. Empujarme
contra lo que no me agarra. Entonces,
mis dedos, actúan como paredes, cobijas,
las manos que no son.
Ofrecen el limite
que quiero trascender.